domingo, 27 de octubre de 2013

Todas las vidas de María

Publicado por Revista Sole Solo para lectores × 10/20/2013
A los siete años, en lugar de ir a la escuela, criaba cabras y ovejas en un pueblo del norte de Portugal, sin agua ni luz eléctrica. A los trece, tras la muerte de su madre, debió hacerse cargo de la casa y de los cuidados del abuelo, del padre y de su hermano mayor. Se casó y emigró a Argentina, donde vivió hasta 1993. Madre de un exmilitante del ERP y abuela de un nieto de madre desaparecida, María responde a las preguntas de su sobrina, quien busca sacar a la luz y hacer memorable la historia de una mujer en la que se intuyen demasiadas mujeres a la vez.

martes, 10 de septiembre de 2013

Escribir (sin adjetivos)

Es domingo, son casi las once de la mañana y hay sol. En días de sol, me digo, uno no debería discutir, pero lo mismo mamá me llama y se empecina.
—Es para recordarte lo de tía Silvita —dice.
Tía Silvita no tuvo otra idea que organizarle al tío Rodo un almuerzo sorpresa en el Club Siderca. El tío cumple sesenta y lo van celebrar: empanadas, asado, un bizcochuelo. Si yo fuera el tío, pienso, eso sería lo último que querría en la vida. Pero como todos no piensan así, menos mal, yo me callo, y ellos nos invitan.
—¿Por qué no te venís? —insiste mamá—, vení un rato por lo menos.
Le digo que sí, que me gustaría pero que no puedo.
—Mirá qué justo, mamá —digo—, justo me reservé el domingo para escribir.
Ella no aguanta, lo sé, y vuelve a decirme lo que viene diciéndome de un tiempo a esta parte: que me estoy tomando la escritura muy a pecho, que ningún hobby funciona así.
Escucho la palabra hobby y exploto.
Si hay algo que mamá no soporta es que llore. Me pide disculpas, me doy cuenta de que lo siente de verdad, pero es tarde. La cosa no da para más, y digo que quiero cortar y corto y me queda una sensación de quéclasedehijasoy.
No sé, no me importa.
Solo sé que necesito un café con cinco cucharadas de azúcar. Y también necesito cambiar de lugar. Si dejo el escritorio y me voy al sofá, quién sabe, con otra perspectiva, lejos del teléfono, del portero y del cielo sin nubes que veo a través de la ventana, tal vez me concentre y pueda por fin terminar.
No lo pienso más: bajo las cortinas y voy.

jueves, 29 de agosto de 2013

Apariencias

                                                                                                 

Una casa de fines de 1800 convertida en local de venta de Pedigree y, hermoseo mediante, en una construcción amarilla y azul: eso es la foto. Una casa con ventanas de dos hojas y puerta de madera de, podría suponerse, cualquier localidad provinciana: chata, siestera, apacible. Uno de esos sitios donde los viejos se sientan a la puerta y se abrochan las botamangas cuando van en bicicleta, viejos como salidos de los tiempos de la casa, pero no. Aunque reciente, la imagen no es, en rigor, representativa de la ciudad a la que pertenece. Pudo haber sido, sí, cuando la ciudad, Zárate, era otra: una calle principal, algunos comercios y todas caras conocidas. Cuando abrir ventanas era una práctica cotidiana para hacer sociales y de paso ventilar. Cuando el miedo no era más que eso: algo en lo que nadie pensaba. Hoy, en cambio, casi todos piensan. En lo que va del año, los zarateños organizaron cincuenta y ocho marchas en protesta contra el delito. Hay homicidios, asaltos, violaciones: un panorama que no es el de la foto. Una foto así desconcierta. Es apócrifa, una versión recortada, como toda fotografía al fin, de una ciudad, al parecer, anterior: chata, siestera, apacible.

(texto escrito en el marco del taller de Crónica Periodística coordinado por Josefina Licitra para la revista Orsai)

miércoles, 7 de agosto de 2013

Autorretrato I

Te miro y me gustás. Así, menudita, flaca, rubia. Lacia también, pero no tanto, y mejor al final. Que un poco de movimiento al pelo no le hace mal a nadie. Menos a vos. Tan clásica siempre si no es negro es blanco, si no es blanco, rojo y así—. Decía, esas ondas en el pelo, a veces revuelto, te dan el aire que te merecés: ni tan prolijo ni tan correcto. Al fin y al cabo, sos loca vos. Aunque a simple vista nadie lo pueda decir. Ni nadie diga esta chica es hipocondríaca y claustrofóbica ni diga la edad que tenés. Treinta y dos, decís vos. Hace cuánto, no sé. Pero de tanto decirlo te lo terminaste creyendo y también los demás. Hay un rollo ahí, la psicóloga te dijo una vez, algo sin superar y ocho cuartos. Y vos decís que sí, que puede ser. Pero no vas a dejar de decir treinta y dos. Cuando pensás en la edad te angustiás. Y cuando pensás en lo viejo y en el olor a viejo. A vos la vejez no te va. Para vos no se han hecho ni el ciático, ni las canas, ni las patas de gallo, ni. Ese principio de papada te aterra. Y lo odiás con un odio infinito aunque no sea más que eso: un puro principio. Papada dónde, te dice una amiga. No podés ser así. Con vos y los demás. Así, cómo, decís. Como despiadada, como que no te perdonás una, ni a vos ni a los demás. Pero la culpa no es toda tuya. Hay cosas que heredaste, y lo que no heredaste, lo aprendiste. Aparte, sos hija única. Sobreprotegida, exigente, consentida, neurótica por lo perfectito. Así y todo, "única", dijo desde el vamos tu padre. Y por algo te llamó Soledad.