martes, 10 de septiembre de 2013

Escribir (sin adjetivos)

Es domingo, son casi las once de la mañana y hay sol. En días de sol, me digo, uno no debería discutir, pero lo mismo mamá me llama y se empecina.
—Es para recordarte lo de tía Silvita —dice.
Tía Silvita no tuvo otra idea que organizarle al tío Rodo un almuerzo sorpresa en el Club Siderca. El tío cumple sesenta y lo van celebrar: empanadas, asado, un bizcochuelo. Si yo fuera el tío, pienso, eso sería lo último que querría en la vida. Pero como todos no piensan así, menos mal, yo me callo, y ellos nos invitan.
—¿Por qué no te venís? —insiste mamá—, vení un rato por lo menos.
Le digo que sí, que me gustaría pero que no puedo.
—Mirá qué justo, mamá —digo—, justo me reservé el domingo para escribir.
Ella no aguanta, lo sé, y vuelve a decirme lo que viene diciéndome de un tiempo a esta parte: que me estoy tomando la escritura muy a pecho, que ningún hobby funciona así.
Escucho la palabra hobby y exploto.
Si hay algo que mamá no soporta es que llore. Me pide disculpas, me doy cuenta de que lo siente de verdad, pero es tarde. La cosa no da para más, y digo que quiero cortar y corto y me queda una sensación de quéclasedehijasoy.
No sé, no me importa.
Solo sé que necesito un café con cinco cucharadas de azúcar. Y también necesito cambiar de lugar. Si dejo el escritorio y me voy al sofá, quién sabe, con otra perspectiva, lejos del teléfono, del portero y del cielo sin nubes que veo a través de la ventana, tal vez me concentre y pueda por fin terminar.
No lo pienso más: bajo las cortinas y voy.