martes, 13 de mayo de 2014

Fragmento de El hombre que amasa

En una escena reciente, un hombre con pinta de abogado come de pie dos porciones de pizza cuando, detrás del mostrador, lo ve a López, uno de los tres dueños de la pizzería El Cuartito, y dice:
Señor, ¿le digo algo?
Sí, cómo no dice López, lo escucho.
Ustedes no venden solamente pizza, también venden recuerdos.
Quien alguna vez se haya adentrado en este templo de la pizza porteña admitirá de inmediato lo acertado de la metáfora y es probable que coincida con las cosas que se dicen. La Revista Brando, por ejemplo, dice que en El Cuartito se sostienen, a través de fotos y afiches prolijamente enmarcados, más de siete décadas de historia del deporte y la cultura pop en Argentina. El libro Pizzerías de valor patrimonial de Buenos Aires destaca, por su parte, la calidad de los productos pizzas, empanadas, fainá y fugazzetas y la calidez de sus salones que convocan a una nutrida clientela. En esa línea, uno de los últimos comentarios publicados en Tripadvisor —la mayor web de viajes del mundo que en 2013 otorgó a la pizzería el certificado de excelencia—  dice: “Una de las mejores salidas. Pese a que el lugar se encuentra siempre lleno, el recambio de gente es muy rápido, y la atención de los mozos, muy buena. Las pizzas son riquísimas. Además, la ambientación del lugar es una máquina del tiempo que refleja la vida porteña”.
Aunque al decir de González (el maestro pizzero), el trabajo de la casa no es muy estructural, hay desde luego saberes exclusivos. Sobre los secretos y la hechura de la masa, el único responsable es el maestro. Cuando el maestro se ausenta, la tarea queda en manos de Iván Maldonado. De las finanzas se ocupa Antonio Vázquez, otro de los dueños. Del contacto con los proveedores, Manolo, el dueño “productor”, el único de los tres que alguna vez amasó, aunque ya no lo haga. De López dependen las relaciones públicas, la imagen, la decoración, que con el tiempo vino a convertirse en un atractivo de la casa. Las láminas y fotografías que revisten las paredes infunden un carácter distintivo, casi épico. Sandro, Gardel, Monzón, Los Beatles y otros muertos no tan muertos se sostienen en alto y para disfrute de los clientes junto a vivos que, como Les Luthiers, Messi o Los Chalchaleros, quizá nunca mueran. 

(Fragmento de El hombre que amasa, texto publicado en la edición de abril de la Revista Bacanal)