Reniega de las presentaciones obligadas, las llamadas “de rigor”, las
que alardean de títulos y premios, y caen en elogios desmedidos, pues esconden,
en su opinión, una verdad irrefutable: que la escritura se alimenta más de
fracasos que de éxitos y que se aprende mucho más de las tinieblas que de los
aplausos que sustentan la seguridad de los escritores. “¿Cuál fue acaso —se
pregunta— la
trayectoria de Kafka o la de Simone Weil?”.
Curiosamente, a Ivonne Bordelois reconocimientos no le faltan: un
doctorado con Chomsky, en el MIT; una beca Guggenheim; una cátedra en Holanda;
algunos libros relevantes, como La palabra amenazada y Etimología de
las pasiones; diálogo con voces de su tiempo y del porvenir: Octavio Paz,
Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik; traducciones; invitaciones;
congresos; honores a los que se suma
ahora una nueva nominación Konex por Noticias de lo indecible, su libro
de memorias: “… memorias para exorcizar, para celebrar, para saber, para
entender. No para enunciar éxitos o fracasos —dice—,
sino para ver (a través del dar a ver a otros) qué
me ha querido y me quiere decir la vida”.
Aun así,
al momento de presentarse —este jueves de mayo, en su departamento de Buenos
Aires— esta excatedrática de la Universidad de Utrecht sortea
su holgada lista de distinciones (el ridiculum vitae del que habla Juan Falú,
al que le gusta citar) y con voz clara, lúcida, vital dice de ella que es una
anciana; una anciana que posee por fortuna tres bendiciones: no
haberse casado, no tener hijos y no depender ya de ninguna institución (no hay impostura en esto, sino un perfecto signo de coherencia). Estas
tres condiciones —y acaso algunas más— le han
permitido acatar y obedecer lo que Santiago Kovadloff llama el vivificante
mandato de los privilegiados: hacer lo que sabe, hacer lo que le gusta, hacer
lo que necesita, hacer lo que necesitan y esperan de ella sus lectores y los
lectores por venir; hacer, en suma, de la palabra, “esa fuerza sagrada que a
pesar de todo nos habita”, el hecho central de su vida.
“Uno es uno, pero está la vida —escribe—. Uno hace elecciones en su vida, pero no hay que perder
de vista que, en realidad, la vida elige más que uno.
Su personalidad, intensamente enérgica y arrolladora, ha provocado
reacciones, emociones, apodos, hipocorísticos, todas formas de la inventiva y
del talento que abstraen y hablan de ella más fuerte que cualquier conjetura o
destacado currículum.
Mercedes, una amiga psicóloga, la describe como una Mafalda rubia. Buby, un ilustre médico, la llama cariñosamente “La dama de hierro”. Un amigo psicoanalista suele decirle: “Vos te exponés demasiado”. Sus sobrinos, que la conocen bien, nunca la han tratado de “tía Ivonne”, sino de “Ivoncita”. Una compañera de colegio, quien acaso atisbaba en ella algún componente andrógino, le decía, por su parte, “Ivoncito”. Para Enrique Pezzoni era “El ángel exterminador”, y Alejandra Pizarnik, quien percibía con humor la infantil paranoia que la animaba, la llamaba “Polvorita gozosa”. Durante sus andanzas cleptómanas en Cambridge, un poeta escribió sobre ella: “She came to Boston and nobody saw her”. Los estadounidenses la consideraban demasiado overbearing, y el mismo Noam Chomsky, al percibir la rapidez que la caracterizaba reaccionó en tono de advertencia: “Ten cuidado —le dijo—, tu velocidad puede ser tu perdición”.