Desde 1963 hasta 1972, año
de la muerte de Pizarnik, “Ivoncitas” y “Alejandrusca”, algunas de las formas en
que se trataban, se escribieron —se escucharon, se alentaron, se complacieron, compartieron
lecturas y amistades, intercambiaron impresiones acerca de los hechos que las
rodeaban, se silenciaron por un tiempo y volvieron a hablarse— cada
una desde sus circunstanciales trincheras —Boston, Miramar, París, Buenos Aires—,
y desarrollaron por necesidad recíproca, esa que solo despiertan la amistad
verdadera y la verdadera poesía, una conversación incesante en la que no faltan
el humor, la complicidad, la incondicionalidad y un léxico (por momentos delirante)
que desarma con deliberación y maestría, la maestría de quienes se entregan por
completo al lenguaje, todas las reglas (de la ortografía, la morfología, la
sintaxis…) de este mundo.
(el texto completo, en la revista «Letras Libres»)
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