miércoles, 27 de noviembre de 2024

Epistolario Bordelois Pizarnik


La editorial Las Furias acaba de reunir en Aquí estoy, todavía las cartas que se enviaron Ivonne Bordelois y Alejandra Pizarnik; una edición renovada del epistolario publicado por Seix Barral, en 1998


La correspondencia de las grandes voces literarias nos sigue fascinando pese a la sostenida retracción del género epistolar. En tiempos de velocidades desenfrenadas, el diálogo por escrito, la intimidad documentada, la página que se despacha por correo postal y que demanda asimilación, relectura, retorno y espera han sido reemplazados, lógico, por opciones más prácticas. ¿A quién, en su sano juicio, se le ocurriría sostener un vínculo así en la era del WhatsApp? Sin embargo, las buenas noticias no faltan. Quienes acostumbraban a comunicarse por carta y encontraron en esta forma de relación —a veces la única a su alcance— un ejercicio imprescindible lo han hecho por fortuna en excesiva abundancia, como si acaso avizoraran ya un impaciente y agitado porvenir.

Aludiendo solo a años recientes y a una figura imprescindible de las letras en lengua española, no hace mucho vieron la luz por primera vez las páginas que intercambiaron Victoria Ocampo y Albert Camus; Victoria y Virginia Woolf; Victoria y José Ortega y Gasset; Victoria y Ezequiel Martínez Estrada. A estas y a otras del campo amoroso o con destinatarios apócrifos, como por ejemplo, Cartas extraordinarias, de Maria Negroni, se suman ahora las que se enviaron Ivonne Bordelois y Alejandra Pizarnik, que la editorial Las Furias acaba de reunir en Aquí estoy, todavía, una edición renovada del epistolario publicado por Seix Barral, en 1998. Para este volumen, Bordelois (una de las pocas personas vivientes que fueron testigos inmediatos de Alejandra) no solo cuidó del prólogo (“Quien se aproxima a estos materiales debe sortear el riesgo de las simplificaciones irrespetuosas o las mitificaciones incondicionales”, advierte de entrada), sino que escribió el epílogo, ordenó las cartas en forma cronológica y aportó nuevas y acertadas notas aclaratorias que acompañan la lectura y orientan al voyerista celebrante de correspondencia ajena.

(el texto completo, en la revista  «Letras Libres»)

domingo, 17 de noviembre de 2024

La poesía y el ritmo de los más chicos



Versos que escribí cuando tenía ocho o nueve años.
Leerlos ahora, casi por primera vez, es advertir de repente un lenguaje anterior, primario e instintivo, sobre el que me hago preguntas. Porque esta nena es una y todas las nenas a la vez.


Los útiles escolares

En mi portafolio escolar
puedo yo encontrar
miles de cosas útiles
para poder trabajar

Dentro de la cartuchera 
está la lapicera
el pequeño sacapuntas
y la puntiaguda tijera.

Hay libros y carpetas
para poder estudiar
también un lápiz negro
y papel de calcar.

Si se aíslan algunas piezas del poema, se observan, en efecto, unas cuantas maniobras: el manejo de hipérbatos; el uso reiterado de perífrasis verbales; el empleo (con inesperada soltura) de una locución preposicional ("dentro de"), además de la adopción de una misma palabra, "útiles", con funciones diferentes. En el título ("Los útiles escolares"), funciona como sustantivo; en el verso ("miles de cosas útiles"), como adjetivo. 
Aparecen otros detalles cuando se ahonda en el análisis. En la primera estrofa, por ejemplo, podría haberse dicho (más fácil): “Yo puedo encontrar miles de cosas útiles en mi portafolio escolar” (forma natural del habla en español; sujeto + verbo + complemento).  Sin embargo, se coloca en posición inicial la circunstancia de lugar (“en mi portafolio escolar”) y, entre los elementos verbales de la perífrasis ("puedo encontrar"), se interpone el sujeto: “yo”. El mecanismo se repite en la segunda estrofa. Y aunque no se repitiera, la pregunta que me hago ya, en este punto, es cómo lo hizo. O mejor, ¿cómo lo hace, en verdad, una nena de ocho años que dispone aún de tan poco?

En una conversación con la doy casualmente días atrás, Juan Villoro reflexiona sobre el tema y, en parte, me responde. «Somos seres profundamente rítmicos —dice Villoro—. La primera métrica o el primer compás que escuchamos en la vida es el corazón de la madre. Cuando estamos en el vientre materno, percibimos ese ritmo que, por supuesto, olvidamos al nacer, pero que llevamos consustancialmente en nosotros. El canto y la poesía, la métrica y el ritmo son recuperaciones de ese latido elemental que nos ha dado vida». 


(la autorreferencia es algo meramente anecdótico; en esta nena caben todas las nenas)