sábado, 22 de marzo de 2025

Noticias de lo indecible



(aquí, algunos fragmentos del intercambio que mantuvimos con Ivonne meses atrás, mientras conversábamos sobre su libro de memorias; el diálogo completo, en el suplemento "Conversaciones de domingo" del diario La Nación)

Da la impresión de que la lectura de su obra, es decir, el alcance o la hondura de lo que usted propone y argumenta no está —no ha estado— a la altura de lo que esperaba. En Noticias..., se vislumbra, incluso, cierto desánimo por la falta de interlocutores con su mismo fervor. 
Efectivamente, eso es cierto. Me refiero, sobre todo, a Etimología de las pasiones. Sé que Etimología se lee y se aprecia mucho, pero yo no tuve dialogantes al nivel de lo que hubiera esperado. Pensé que había, acá, un grupo subterráneo, que podía sentirse interpelado por lo que yo proponía, por el tema en el que yo avanzaba. Supuse que ese libro iba a provocar intereses en el ambiente psicoanalítico, y no fue así o, por lo menos, yo no lo sentí así. Me encontré con cierto desinterés y, a veces, con comentarios desacertados. Me han dicho, por ejemplo, que lo que yo decía ya lo había dicho Freud, y eso es falso. También debo decir que fui un poco malcriada: sin bien Etimología de las pasiones lleva mi firma, yo no trabajé sola, sino con Miguel Mascialino, un compañero de estudio en este terreno. También estaba Héctor Zimmerman, que era químico de profesión y, al mismo tiempo, alguien que tenía un olfato literario-lingüístico muy desarrollado. Y Luis Kancyper, un gran amigo, un gran psicoanalista, un hombre de una gran carrera internacional, a quien le interesaba muchísimo la cuestión etimológica. Desgraciadamente, murió muy joven. Los cuatro nos reuníamos casi todas las semanas. Éramos “Los egrégoros”, así nos llamábamos. Todos nos respondíamos y todos nos preguntábamos; era un grupo muy lindo, diverso. Después, se fueron muriendo uno tras otro, y el grupo desapareció. Conservo las notas, los archivos, pero nunca más conseguí esa interacción tan nutritiva, tan inspirante. Y el trabajo etimológico no es un trabajo que pueda hacerse en soledad. Se necesita un poco de respaldo, y yo no pude recuperar eso. También pensé que iba a haber más respuesta espontánea. Y lo cierto es que no hubo, no la hubo prácticamente. Supuse que la propuesta iba a ser como un remezón grande, porque cuestiono muchas cosas. Cuando digo que la raíz de orgía y de orgasmo se relaciona con la de orgullo, una puerta se abre interiormente en nosotros. O cuando argumento que etimológicamente el sexo tiene que ver con la ira y la locura antes que con el amor, y que el amor se relaciona con la maternidad antes que con la pareja, sucede lo mismo: una puerta se abre interiormente en nosotros y ya no puede cerrarse. 
Yo espero que esta sea una visión en cierto modo profética que prenda con el tiempo y que la gente se dé cuenta de que uno entiende mejor y disfruta más de la lengua si conoce esos avatares tan raros que atraviesan las palabras

En “Tan callando”, el último capítulo de Noticias, hay una clara celebración de la vejez: «Vejez es el placer enorme de pararse ante una vidriera llena de libros y pensar: “Ahora ya no me engañan más”; y entrar a un lugar de luces, con toda gente interesante y elegante, y sentir: “Ahora ya no me engañan más”. Y ver el sol que se pone y decir: “Ese sí que nunca me ha engañado”». 
Aun así, hay también pasajes en los que esta etapa de la vida se presenta con todo su peso y su amenaza: “La vejez es saberse no deseable. Una cuchillada en la conciencia del todavía deseante. Nada más ridículamente trágico que un cuerpo deseante e indeseable, nada más trágicamente ridículo”. 
¿Podríamos reflexionar sobre esta ironía vital? 
El mandato de la felicidad, que tanta infelicidad promueve, obliga a la sociedad a presentar versiones edulcoradas de la vejez y modelos irreales de comportamiento y recepción de las ancianidades a nuestro alrededor. La falta de una política esclarecida sobre la eutanasia es prueba patente de los miedos y limitaciones de los grupos llamados progresistas con respecto a la vejez y a la muerte, en el fondo temas tabú de nuestra cultura irremediablemente hedonista. 
Y bueno, uno siempre tiene por dentro como un manantial que se sitúa en los treinta años y por fuera una especie de cáscara de Matusalén. Hay que guardar las dos cosas. No se puede esconder la cáscara y tampoco se puede apagar la fuente, esa agua fresca que corre por dentro y que, por suerte, todavía está preservada. 

A propósito de esa “cáscara”, al leer su poema “Pequeña torre”, el lector se siente ante una vieja montaña que se desmorona. Sin embargo, cuando la escuchamos, la sensación es radicalmente opuesta. Su voz está entera, y es clara, lúcida. Como pregunta final, ¿no cree usted que esa voz merece, al igual que el cuerpo, un poema?
Es una misericordiosa sugerencia que no estoy segura de poder satisfacer. Hay ráfagas de energía que todavía me habitan, pero el bosque de metáforas, los relámpagos de intuición, las memorias significativas que antes solían aparecer en mis recorridas mentales parecen irse desvaneciendo, y nada sería más torpe que forzarlos. Rabindranath Tagore dijo algo al respecto: “Todavía continúo realizando mi trabajo, aunque sé que una buena parte de la sabiduría de vivir consiste en saber apagar a tiempo la luz de la vida y deslizarse suavemente en el silencio de sus estrellas”.

PEQUEÑA TORRE

Soy una pequeña torre de huesos
Camino con pasos octogenarios
En la vereda rota
De una ciudad rota
Con una historia rota.
Me admira estar de pie
Comprobar que mis piernas me llevan todavía
El milagro de mi cuerpo viviente
Estragado, flojo, impresentable, temeroso
Viviente.
La vida es tan tenaz
Hubo tanta pelea
fuera y adentro
Tantas ganas de morirse, de gritar, de bailar, de llorar,
De matar, de besar,
De partir para siempre.
La vida es tan misteriosa, tan tenaz
Que me pregunto
Cómo todavía estoy de pie
Para qué, para quién
Escribo estas líneas
Para qué
Para quién
Camino con estos pasos octogenarios
En la vereda rota
De una ciudad rota
Con una historia rota.

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