Sostiene Pereira
domingo, 2 de febrero de 2025
miércoles, 27 de noviembre de 2024
Epistolario Bordelois Pizarnik
La editorial Las Furias acaba de reunir en Aquí estoy, todavía las cartas que se enviaron Ivonne Bordelois y Alejandra Pizarnik; una edición renovada del epistolario publicado por Seix Barral, en 1998
(el texto completo, en la revista «Letras Libres»)
domingo, 17 de noviembre de 2024
La poesía y el ritmo de los más chicos
jueves, 24 de octubre de 2024
El gran dictador
Pequeña historia tendiente a ilustrar lo precario de la estabilidad dentro de la cual creemos existir
Curiosamente, Ivonne Bordelois se refiere a estas excepciones en uno de los capítulos de Noticias de lo indecible (Libros del Zorzal, 2018). Aquí dice haber pasado por sucesos verdaderos que resultan inverosímiles. Habla del azar, de ciertas coincidencias inexplicables, e incluso menciona haber recurrido a una vidente, quien le vaticinó que ella pertenecía al mundo de las palabras y que las palabras la acompañarían hasta el fin de sus días.
—¿Cómo se explican, en su caso, una mujer de ciencia, estas magias que se le han presentado a cada vuelta del camino?, le pregunto, meses atrás, cuando conversamos para La Nación.
—En efecto, ha habido en mi vida algunos episodios y coincidencias inexplicables. Por ejemplo, una suerte de rapto telepático en el MIT que me permitió sobrevivir a uno de los mayores riesgos de mi carrera. El punto aquí es el desinterés con que este tipo de acontecimientos se contemplan desde el racionalismo que impera en la epistemología contemporánea, impermeable a lo que podrían llamarse las embestidas de lo desconocido.
Se trata de episodios verdaderos que resultan inverosímiles cuando son relatados y por eso acaban por configurarse en el terreno de lo secreto. Eduardo Álvarez Tuñón se refiere a este territorio como "lo real inverosímil". No hay pruebas, y en cambio pueden sobrar los detractores interesados, aparte de los escépticos ilustrados que no quieren pasar por crédulos. Lo esencial se vuelve así indecible.
domingo, 29 de septiembre de 2024
Bordelois y Pizarnik, amigas entrañables
Si hay algo que sorprende en la correspondencia es el entusiasmo, la vitalidad y la intensidad de Pizarnik, “mujer hecha para cuevas y catacumbas”, que en ningún momento deja de acompañar a su amiga, de imaginar proyectos en común (algunos probablemente descabellados) y de buscar los medios más propicios para llevarlos adelante (dar visibilidad a la obra de las voces en las que cree parece ser acaso uno de sus empeños más fervorosos).
El 15 de diciembre de 1963, escribe desde Francia.
“No sé si sabés quién es Bruno Schulz. Una suerte de segundo Kafka, célebre ahora en París. Murió en un campo de concentración y dejó cuentos extrañísimos y originalísimos y fascinantes. Te propongo esto: traducir un cuento suyo y publicarlo en Sur. […]. Además, haré un artículo (o «haremos», si preferís), rico en detalles e interpretaciones. Puesto que el asunto vale la pena, pues es literatura de primera calidad y de paso Sur publicará por primera vez —en Argentina— a un escritor que, según va la cosa, será pronto tan conocido como K. […]. Bueno, ma chère, prometí unas líneas y el tiempo pasa y debo salir.
Escribí poemas. Yo creo mucho en tus poemas. Y esto te lo digo con la única confianza que existe en mi reino de la desconfianza: la de creer saber dónde está el lugar de la poesía”.
(el texto completo, en la revista «Letras Libres»)
lunes, 8 de julio de 2024
Hay ráfagas de energía que todavía me habitan
Reniega de las presentaciones obligadas, las llamadas “de rigor”, las
que alardean de títulos y premios, y caen en elogios desmedidos, pues esconden,
en su opinión, una verdad irrefutable: que la escritura se alimenta más de
fracasos que de éxitos y que se aprende mucho más de las tinieblas que de los
aplausos que sustentan la seguridad de los escritores. “¿Cuál fue acaso —se
pregunta— la
trayectoria de Kafka o la de Simone Weil?”.
Curiosamente, a Ivonne Bordelois reconocimientos no le faltan: un
doctorado con Chomsky, en el MIT; una beca Guggenheim; una cátedra en Holanda;
algunos libros relevantes, como La palabra amenazada y Etimología de
las pasiones; diálogo con voces de su tiempo y del porvenir: Octavio Paz,
Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik; traducciones; invitaciones;
congresos; honores a los que se suma
ahora una nueva nominación Konex por Noticias de lo indecible, su libro
de memorias: “… memorias para exorcizar, para celebrar, para saber, para
entender. No para enunciar éxitos o fracasos —dice—,
sino para ver (a través del dar a ver a otros) qué
me ha querido y me quiere decir la vida”.
Aun así,
al momento de presentarse —este jueves de mayo, en su departamento de Buenos
Aires— esta excatedrática de la Universidad de Utrecht sortea
su holgada lista de distinciones (el ridiculum vitae del que habla Juan Falú,
al que le gusta citar) y con voz clara, lúcida, vital dice de ella que es una
anciana; una anciana que posee por fortuna tres bendiciones: no
haberse casado, no tener hijos y no depender ya de ninguna institución (no hay impostura en esto, sino un perfecto signo de coherencia). Estas
tres condiciones —y acaso algunas más— le han
permitido acatar y obedecer lo que Santiago Kovadloff llama el vivificante
mandato de los privilegiados: hacer lo que sabe, hacer lo que le gusta, hacer
lo que necesita, hacer lo que necesitan y esperan de ella sus lectores y los
lectores por venir; hacer, en suma, de la palabra, “esa fuerza sagrada que a
pesar de todo nos habita”, el hecho central de su vida.
“Uno es uno, pero está la vida —escribe—. Uno hace elecciones en su vida, pero no hay que perder
de vista que, en realidad, la vida elige más que uno.
Su personalidad, intensamente enérgica y arrolladora, ha provocado
reacciones, emociones, apodos, hipocorísticos, todas formas de la inventiva y
del talento que abstraen y hablan de ella más fuerte que cualquier conjetura o
destacado currículum.
Mercedes, una amiga psicóloga, la describe como una Mafalda rubia. Buby, un ilustre médico, la llama cariñosamente “La dama de hierro”. Un amigo psicoanalista suele decirle: “Vos te exponés demasiado”. Sus sobrinos, que la conocen bien, nunca la han tratado de “tía Ivonne”, sino de “Ivoncita”. Una compañera de colegio, quien acaso atisbaba en ella algún componente andrógino, le decía, por su parte, “Ivoncito”. Para Enrique Pezzoni era “El ángel exterminador”, y Alejandra Pizarnik, quien percibía con humor la infantil paranoia que la animaba, la llamaba “Polvorita gozosa”. Durante sus andanzas cleptómanas en Cambridge, un poeta escribió sobre ella: “She came to Boston and nobody saw her”. Los estadounidenses la consideraban demasiado overbearing, y el mismo Noam Chomsky, al percibir la rapidez que la caracterizaba reaccionó en tono de advertencia: “Ten cuidado —le dijo—, tu velocidad puede ser tu perdición”.
jueves, 6 de junio de 2024
La palabra "paparazi"
martes, 27 de febrero de 2024
La palabra "penumbra"
Aunque puede asociarse al intervalo que precede al alba, la penumbra no nos sugiere el amanecer, sino la caída del sol, la huida.
Mientras termino el último trabajo práctico de Latín, me detengo en una pregunta que me interesa. En realidad, las preguntas son tres, pero el tema al que se refieren coincide: "¿Cuál es la etimología de la palabra penumbra, a qué momento del día esta palabra se aplica y por qué?". Las líneas que siguen, consistentes aunque no exhaustivas, proceden de ahí.
Dice el Diccionario de la lengua española
que penumbra es ‘una sombra débil entre la luz y la oscuridad, que no
deja percibir dónde empieza la una o acaba la otra’. La componen las palabras
latinas paene ‘casi’ y umbra ‘sombra’. La penumbra es entonces una
especie de aproximada, de inminente oscuridad. Aunque puede asociarse al
intervalo que precede al alba, la penumbra no nos sugiere el amanecer, sino la
caída del sol, la huida. En ese declive o limbo tenebroso, la oscuridad crece y, al hacerlo, nos adentra, plenos, en la noche.
En Fervor de Buenos Aires, libro que
Jorge Luis Borges publica en 1923, la palabra penumbra y las voces que
la rodean o con las que se emparenta evocan el atardecer: lo describen, lo
celebran.
Las calles de Buenos Aires
ya son mi entraña
No las ávidas calles,
incómodas de turba y ajetreo,
sino las calles desganadas del barrio,
casi invisibles de habituales
enternecidas de penumbra y de ocaso.
(poema “Las calles”, que abre el volumen)
Aparece nuevamente ese espacio de recogimiento simbólico u hora solemne de la vida en las primeras líneas del poema “Calle desconocida”.
Penumbra de la paloma
llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde¹
cuando la sombra no entorpece los pasos
y la venida de la noche se advierte
como una música esperada y antigua,
como un grato declive.
“¡Oh, noche! ¡Oh, refrescantes tinieblas! Sois para mí la señal de una fiesta interior y la liberación de una angustia. […]. Crepúsculo, qué dulce eres y qué tierno”, coincide Baudelaire en El spleen de París, según la traducción de Margarita Michelena. Y en sus Cantos órficos, Dino Campana, traducido por Victoria Montemayor, añade: “La luz del crepúsculo se atenúa: / Para los espíritus inquietos dulces son las tinieblas”.
Borges también alude a la penumbra, aunque en forma de metáfora, al hablar de su ceguera. Es 1959, y en el Poema de los dones, uno de sus poemas más recordados dice:
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro
con el báculo indeciso,
yo,
que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Vuelve sobre el tema diez años después al
escribir Elogio de la sombra. A diferencia de lo que sucede en el poema
anterior, Borges insinúa haber alcanzado aquí el
tiempo de la dicha y la sabiduría.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos
años,
las esquinas pueden ser otras
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
En su conferencia “La ceguera”, que integra el volumen Siete Noches (1980), continua: “… pero en el caso mío, ese lento crepúsculo empezó (esa lenta pérdida de la vista) cuando empecé a ver. Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio siglo”.
Volviendo a las preguntas iniciales, la penumbra (en sentido figurado o no) no es tanto el intervalo que preludia una supuesta claridad, sino el entreacto que antecede a la caída, al paulatino paso hacia la noche.
El Diccionario Vox Latín - Español parece ratificarlo en una de las acepciones del término umbra. ‘Oscuridad de la noche’, indica.
Algo curioso ocurre, sin embargo, en el siguiente verso del poema “Afterglow”, presente también en Fervor:
Siempre es conmovedor el
ocaso
por indigente o charro
que sea,
pero más conmovedor
todavía
es aquel brillo
desesperado y final
que herrumbra la llanura
cuando el sol último se
ha hundido.
El vocablo herrumbra (forma de la tercera persona del singular del presente del indicativo activo del verbo herrumbrar, que no tiene nada que ver con la sombra) configura, en las dos últimas sílabas, “umbra”. Si bien no hay rastro de sombra en herrumbrar, no nos animaríamos a decir que Borges haya escogido el verbo al azar. Por lo demás, según él, penumbra es una de las diez palabras más bellas de la lengua castellana. Lo confirma Esteban Peicovich en su libro Poemas plagiados.
EL PALABRISTA
Sándalo
Jacarandá
Penumbra
Cristal
Sombra
Anhelar
Runa
Arena
Hexámetro
Ámbar
(Las diez palabras más bellas de la lengua castellana según Borges)
¹ Respecto de la inexactitud de los primeros versos de “Calle desconocida”, Borges hace una aclaración en la edición de sus Obras completas. Dice: «Es inexacta la notica de los primeros versos. De Quincey anota que, según la nomenclatura judía, la penumbra del alba tiene el nombre de penumbra de la paloma; la del atardecer, del cuervo».
(texto publicado en la revista Hablar de Poesía)
lunes, 11 de diciembre de 2023
«Amarcord», 50 años
Desde el estreno de Amarcord, en diciembre de 1973, el mundo ha cambiado radicalmente. La manera de hacer cine y de consumirlo también. Algunos aún sienten el cimbronazo y tienen saudades. En una nota publicada en 2011, en el suplemento adnCultura de la Argentina, el crítico Néstor Tirri dice respecto de estos avatares algo más o menos así: “Hay una generación que todavía se pregunta adónde han ido a parar los principios estéticos que provocaron estremecimientos con películas como Casanova, Amarcord o La dolce vita, de Fellini, y El silencio y Tres almas desnudas, de Bergman, por evocar solo algunos títulos de dos filmografías irrepetibles”. En la misma sintonía, habla Martin Scorsese en un artículo que publica, una década más tarde, el periódico francés Le Monde Diplomatique: “El cine, convertido en entretenimiento visual, ha perdido su magia”.
Sin ahondar en los cambios de fórmulas o en la evolución del lenguaje cinematográfico, nos adentramos en Amarcord, cuyo recuerdo permanece lozano y vivo.
*
Algunos
resultados que arroja Google cuando se escribe la palabra Amarcord dicen
cosas como “Crónica
de la vida cotidiana en un pueblo del norte de Italia durante el
fascismo”; “Grotesca estampa de
una ciudad habitada por una caterva de pintorescos y cómicos personajes”; “Una
sucesión de episodios que ocurren en un pequeño pueblo costero del norte de
Italia a lo largo de un año entero, desde que llegan los vilanos en primavera
hasta que se repite ese mismo fenómeno un año después”; “La
película más personal de Federico Fellini, que satiriza su juventud y convierte
la vida cotidiana en un circo.
Que sea la película más personal de Fellini es una afirmación
discutible. Con todo, no hay que escarbar demasiado para darse cuenta del
marcado contenido autobiográfico de la obra. Dicho por
algunos estudiosos y admitido por el propio realizador, Fellini se siente aún
perseguido por un cúmulo de recuerdos adolescentes (experiencias totalmente
subjetivas y distorsionadas) y quiere liberarse. Procura soltar o acaso
exorcizar las sombras que aún lo poseen para dar el adiós definitivo a Rímini o
a cierta época de su vida en Rímini. No está seguro de si puede uno
deshacerse de ese lastre prenatal, pero lo intenta. Y en el intento se rodea de
nombres clave del cine italiano.
Busca
a Tonino Guerra, y juntos escriben el guion. Guerra es poeta y es, además, de
Santarcangelo, un pueblo montañoso cercano a la costa adriática, pintoresco y
teatral (así lo recuerdo yo durante mi paso un inolvidable pomeriggio de
primavera). “También él puede contar historias parecidas a las mías —dice Fellini—. Nos une el mismo dialecto y una infancia pasada en la
misma campiña, la misma nieve, el mismo mar”.
A Guerra se suman, entre otros, Franco Cristaldi, quien respalda y permite dar inicio al proyecto; Giuseppe Rotunno, a cargo de la dirección fotográfica; y Nino Rota, quien compone para Amarcord una de las piezas más recordadas y queridas del cine mundial.
A estos nombres, se añade luego el elenco: las caras, los gestos, los cuerpos, a cuya selección Fellini dedica meses. Una tarea desmesurada, neurótica, en la que al cineasta casi siempre se le va la vida. Nunca es suficiente, nunca quiere que termine.
Los
candidatos en los que pone el ojo para Amarcord son en su
mayoría aficionados y actores de compañías de provincia: rostros sugerentes,
expresivos, caricaturescos. Pensemos solo en el paisaje humano de la escuela,
aquella pobre escuela ignorante, y, en concreto, en el profesor de Griego,
quien fracasa una y otra vez al intentar que un alumno pronuncie correctamente
la palabra emarpszamen.
No
hay en el filme, sin embargo, un protagonista verdadero. “Si algún personaje es
su centro —anota el crítico de cine Hollis Alpert—, lo es el
adolescente Titta, presuntamente sugerido por el amigo de la adolescencia de
Fellini”. Bruno Zanin, el único sobreviviente del elenco de Amarcord,
encarna a aquel rubiecito que se pierde entre las tetas de una tabaquera de
Rímini.
Otra
figura relevante es la de Gradisca, mujer bomba con la que fantasean y por la
que suspiran los hombres, adolescentes y adultos, de todo el pueblo. “Delante
del café Commercio —se lee en Rímini, mi pueblo, de
Fellini—, también pasaba la Gradisca. Vestida de un raso negro que
despedía fulgores de acero, despertaba auténticas pasiones. Las caderazas
parecían ruedas de locomotoras en movimiento”.
La
única que sirve para este papel, en opinión de Federico, es Sandra Milo, pero,
por entonces, Milo se ha retirado del cine y se niega a volver, a pesar de la
obstinada insistencia del cineasta (dicen que hasta llegó a enviarle un
centenar de rosas rojas que incluían, además, una carta triste
y desesperada). El reemplazo ocurre, no obstante, rápida y
satisfactoriamente. Magalí Noel, quien ha desempeñado ya un papel menor
en La dolce vita (1960), se convierte en Gradisca y en el
único nombre destacado en todo el reparto de Amarcord. La Rímini de
Fellini, recreada enteramente en los terrenos de Cinecittà, está lista, y es tiempo de
empezar a rodar. Así, sin más preámbulos, se empieza.
(la nota completa, en el suplemento dominical del diario La Nación)
viernes, 24 de noviembre de 2023
«Amarcord», un viaje al pasado con ironía y extravagancia
«Fellini busca, en efecto, un término que exprese dos perspectivas o direcciones posibles; que indique una cosa y también la contraria: ternura e ironía, juicio y complicidad, rechazo y adhesión. Y lo encuentra en la recreación de un vocablo: amarcord —un raro giro fonético, una paradoja verbal, la imitación de un desahogo—, que acaba renovándose en la mayoría de los diccionarios de Italia».
lunes, 4 de julio de 2022
Por la gloria de Victoria Ocampo
Mucho se ha escrito en torno de la figura de Victoria
Ocampo (1890-1979). Sin embargo, como si algo quedara aún por desentrañarse o,
acaso, por dilucidarse, la voz de Ivonne Bordelois se alza, hoy, contundente, para reivindicar a esta dama de las letras y darle el lugar
de privilegio que, por muchas razones, merece. El resultado es Victoria.
Paredón y después, un volumen publicado recientemente por las edito
El título de la obra es un acertado juego de palabras.
Recuerda el tango de Homero Manzi, “Sur”, y el nombre de la revista de la que Ocampo fue fundadora,
pero sobre todo remite al “paredón” en el que, al decir de Bordelois, se arrinconó
a Victoria y en el que hubo (sigue habiendo), por prejuicios, por resentimientos, por
falta de empatía o, tal vez, de comprensión, demasiados fusiladores. «Es hora de
instalar “el después” y de mostrar cuál era la talla de Victoria», dice la autora de
La palabra amenazada, en una entrevista reciente.
Para trazar, en su justa medida, la envergadura de
Ocampo y componer una imagen de ella más honesta y generosa, Ivonne recurre al análisis
de una cuantiosa bibliografía y se vale, además, de experiencias y recuerdos propios:
sus colaboraciones en la revista Sur y su paso precoz, pero afortunado, por
algunos de los eclécticos y fecundos encuentros sociales que tuvieron lugar en Villa
Ocampo.
«Reducir a Victoria
al rol de admirante perpetua —dice—, de consoladora inigualable, de amiga abnegada e
incondicional (de traductora y mecenas) es ignorar la originalidad y los dones
críticos de una mujer que sabía mucho más de literatura que de teorías
literarias y superaba su formación autodidacta a golpes de audacia y de una
energía intuitiva inagotable».
El volumen se divide en tres partes. En la primera, “Victoria,
esa desconocida”, la autora moldea un fino retrato de Ocampo a partir de una
diversidad de voces que, como un diálogo exquisito, coinciden, disienten y se complementan. En la tercera
parte, “Victoria y Virginia: lo que pueden decirse una mula y una cabra”, Bordelois
ahonda en el vínculo de Ocampo con Woolf e ilumina aspectos de la
relación que algunos detractores han pretendido abordar parcial o sesgadamente.
Sin embargo, es “La gran galería”, la segunda de las tres partes, el capítulo más
elocuente o, acaso, el que mejor sirve para confirmar el genio crítico de
Victoria y para rubricar las intenciones del texto. Aparecen, aquí, pintados por el ojo
de Ocampo, algunos de sus célebres interlocutores —Mistral, Tagore, Valéry, Caillois, Ortega
y Gasset—, personajes que admiró,
que la respaldaron, con quienes comulgó y también discrepó.
«… Ocampo escribe rodeada de silencio. Y a pesar de su propensión a las admiraciones generosas, no deja de clavar un estilete agudísimo en las grietas de los gloriosos».
Al referirse a Gabriela Mistral, dice: «Habla sin levantar la
voz, sin hacer gestos, sin que nada se mueva en su cara, fuera de su boca
melancólica. Yo la escucho como si fuera una niña que todo lo tiene que
aprender. Así me siento ante ella y ante los que contándome su propia vida me
revelan los secretos del universo».
De Anna de
Noailles, desliza, entre otras cosas:
Esa
noche me fui de la rue Scheffer totalmente desconcertada. Me había seducido el esprit,
la locuacidad inagotable de Mme. de Noailles; pero no había encontrado a la
autora de los Éblouissements y de Les Vivants et les morts, por
lo menos tal como yo los había leído, y me preguntaba en qué momento del día o
de la noche pudo haberse hecho en torno de esta mujer vertiginosa —y
toda fuegos artificiales— suficiente silencio, suficiente penumbra para que
pudiera volver a la verdad de su corazón y sacar de él alguno de esos versos
magníficos, cuya belleza no se puede, sin mala fe, poner en discusión.
Y, así, con el
ardor del flechazo, recupera el momento en que ve, por primera vez, a Julián
Martínez, su amante durante trece años: «Miré esa mirada y esa mirada miraba mi boca, como si mi
boca fuese mis ojos. Mi boca, presa en esa mirada, se puso a temblar».
Gracias a Victoria Ocampo —a su intuición, osadía y ansias transformadoras—, Latinoamérica aprendió a conocer a
autores como Camus, Sartre, Malraux y Virginia Woolf. «Victoria fue
protagonista y pionera —dice Bordelois—. Apoyó a multitud de escritores extranjeros, pero
también exportó talentos. Borges no sería conocido en el mundo si no fuera por Victoria
y los amigos de Victoria, que llevaron su nombre a París».
Waldo Frank dijo de ella que había venido al mundo con
tres maldiciones: la de la belleza, la de la inteligencia y la de la fortuna. Ezequiel
Martínez Estrada señala que Ocampo atraviesa con una rama dorada la selva donde
habitan las panteras y los leopardos. Albert Camus le confesó por carta que había
más vida en ella que en todo el océano y que el problema sería justamente
hacerla entrar en las páginas en blanco y clásicas de un libro.
Ivonne Bordelois nos devuelve, en Victoria. Paredón y después, una mirada de Ocampo incontrastable y luminosa, y nos ofrece renovados motivos para la celebración. Por la excepcionalidad y gloria de esta “tromba desconcertante”.
(texto publicado en el número de julio de la revista Letras Libres)