domingo, 2 de febrero de 2025

Leer hace bien

Autorretrato (nov. de 2024)
                                                                                                          Autorretrato (nov. 2024) 

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Epistolario Bordelois Pizarnik


La editorial Las Furias acaba de reunir en Aquí estoy, todavía las cartas que se enviaron Ivonne Bordelois y Alejandra Pizarnik; una edición renovada del epistolario publicado por Seix Barral, en 1998


La correspondencia de las grandes voces literarias nos sigue fascinando pese a la sostenida retracción del género epistolar. En tiempos de velocidades desenfrenadas, el diálogo por escrito, la intimidad documentada, la página que se despacha por correo postal y que demanda asimilación, relectura, retorno y espera han sido reemplazados, lógico, por opciones más prácticas. ¿A quién, en su sano juicio, se le ocurriría sostener un vínculo así en la era del WhatsApp? Sin embargo, las buenas noticias no faltan. Quienes acostumbraban a comunicarse por carta y encontraron en esta forma de relación —a veces la única a su alcance— un ejercicio imprescindible lo han hecho por fortuna en excesiva abundancia, como si acaso avizoraran ya un impaciente y agitado porvenir.

Aludiendo solo a años recientes y a una figura imprescindible de las letras en lengua española, no hace mucho vieron la luz por primera vez las páginas que intercambiaron Victoria Ocampo y Albert Camus; Victoria y Virginia Woolf; Victoria y José Ortega y Gasset; Victoria y Ezequiel Martínez Estrada. A estas y a otras del campo amoroso o con destinatarios apócrifos, como por ejemplo, Cartas extraordinarias, de Maria Negroni, se suman ahora las que se enviaron Ivonne Bordelois y Alejandra Pizarnik, que la editorial Las Furias acaba de reunir en Aquí estoy, todavía, una edición renovada del epistolario publicado por Seix Barral, en 1998. Para este volumen, Bordelois (una de las pocas personas vivientes que fueron testigos inmediatos de Alejandra) no solo cuidó del prólogo (“Quien se aproxima a estos materiales debe sortear el riesgo de las simplificaciones irrespetuosas o las mitificaciones incondicionales”, advierte de entrada), sino que escribió el epílogo, ordenó las cartas en forma cronológica y aportó nuevas y acertadas notas aclaratorias que acompañan la lectura y orientan al voyerista celebrante de correspondencia ajena.

(el texto completo, en la revista  «Letras Libres»)

domingo, 17 de noviembre de 2024

La poesía y el ritmo de los más chicos



Versos que escribí cuando tenía ocho o nueve años.
Leerlos ahora, casi por primera vez, es advertir de repente un lenguaje anterior, primario e instintivo, sobre el que me hago preguntas. Porque esta nena es una y todas las nenas a la vez.


Los útiles escolares

En mi portafolio escolar
puedo yo encontrar
miles de cosas útiles
para poder trabajar

Dentro de la cartuchera 
está la lapicera
el pequeño sacapuntas
y la puntiaguda tijera.

Hay libros y carpetas
para poder estudiar
también un lápiz negro
y papel de calcar.

Si se aíslan algunas piezas del poema, se observan, en efecto, unas cuantas maniobras: el manejo de hipérbatos; el uso reiterado de perífrasis verbales; el empleo (con inesperada soltura) de una locución preposicional ("dentro de"), además de la adopción de una misma palabra, "útiles", con funciones diferentes. En el título ("Los útiles escolares"), funciona como sustantivo; en el verso ("miles de cosas útiles"), como adjetivo. 
Aparecen otros detalles cuando se ahonda en el análisis. En la primera estrofa, por ejemplo, podría haberse dicho (más fácil): “Yo puedo encontrar miles de cosas útiles en mi portafolio escolar” (forma natural del habla en español; sujeto + verbo + complemento).  Sin embargo, se coloca en posición inicial la circunstancia de lugar (“en mi portafolio escolar”) y, entre los elementos verbales de la perífrasis ("puedo encontrar"), se interpone el sujeto: “yo”. El mecanismo se repite en la segunda estrofa. Y aunque no se repitiera, la pregunta que me hago ya, en este punto, es cómo lo hizo. O mejor, ¿cómo lo hace, en verdad, una nena de ocho años que dispone aún de tan poco?

En una conversación con la doy casualmente días atrás, Juan Villoro reflexiona sobre el tema y, en parte, me responde. «Somos seres profundamente rítmicos —dice Villoro—. La primera métrica o el primer compás que escuchamos en la vida es el corazón de la madre. Cuando estamos en el vientre materno, percibimos ese ritmo que, por supuesto, olvidamos al nacer, pero que llevamos consustancialmente en nosotros. El canto y la poesía, la métrica y el ritmo son recuperaciones de ese latido elemental que nos ha dado vida». 


(la autorreferencia es algo meramente anecdótico; en esta nena caben todas las nenas)

jueves, 24 de octubre de 2024

El gran dictador

Pequeña historia tendiente a ilustrar lo precario de la estabilidad dentro de la cual creemos existir


El 11 de agosto voy a la FED y compro el epistolario de Bordelois y Pizarnik. Salgo y busco la parada del 71. Junto al cordón, veo un CD sobre el que han escrito tres títulos de Chaplin; entre ellos, El gran dictador. Llego a casa; el CD funciona perfecto. Aun así, lo dejo y me pongo a leer. Un día de 1969 (también es agosto), Ivonne le escribe a Alejandra desde Boston: “Ahora espero a unos amigos con quienes voy a ver una de Chaplin”, dice. Y la película de la que habla es, sí, El gran dictador.

                                                   Editorial Las Furias, 2024

 


*

("Pequeña historia tendiente a ilustrar lo precario de la estabilidad dentro de la cual creemos existir, o sea que las leyes podrían ceder terreno a las excepciones, azares o improbabilidades, y ahí te quiero ver", escribe Julio Cortázar en Historias de cronopios de y de famas, en 1962) 

*

Curiosamente, Ivonne Bordelois se refiere a estas excepciones en uno de los capítulos de Noticias de lo indecible (Libros del Zorzal, 2018). Aquí dice haber pasado por sucesos verdaderos que resultan inverosímiles. Habla del azar, de ciertas coincidencias inexplicables, e incluso menciona haber recurrido a una vidente, quien le vaticinó que ella pertenecía al mundo de las palabras y que las palabras la acompañarían hasta el fin de sus días.

—¿Cómo se explican, en su caso, una mujer de ciencia, estas magias que se le han presentado a cada vuelta del camino?, le pregunto, meses atrás, cuando conversamos para La Nación.

—En efecto, ha habido en mi vida algunos episodios y coincidencias inexplicables. Por ejemplo, una suerte de rapto telepático en el MIT que me permitió sobrevivir a uno de los mayores riesgos de mi carrera. El punto aquí es el desinterés con que este tipo de acontecimientos se contemplan desde el racionalismo que impera en la epistemología contemporánea, impermeable a lo que podrían llamarse las embestidas de lo desconocido. 

Se trata de episodios verdaderos que resultan inverosímiles cuando son relatados y por eso acaban por configurarse en el terreno de lo secreto. Eduardo Álvarez Tuñón se refiere a este territorio como "lo real inverosímil". No hay pruebas, y en cambio pueden sobrar los detractores interesados, aparte de los escépticos ilustrados que no quieren pasar por crédulos. Lo esencial se vuelve así indecible. 

domingo, 29 de septiembre de 2024

Bordelois y Pizarnik, amigas entrañables




La editorial Las Furias acaba de reunir en Aquí estoy, todavía las cartas que se enviaron Ivonne Bordelois y Alejandra Pizarnik; una edición renovada del epistolario publicado por Seix Barral, en 1998


Si hay algo que sorprende en la correspondencia es el entusiasmo, la vitalidad y la intensidad de Pizarnik, “mujer hecha para cuevas y catacumbas”, que en ningún momento deja de acompañar a su amiga, de imaginar proyectos en común (algunos probablemente descabellados) y de buscar los medios más propicios para llevarlos adelante (dar visibilidad a la obra de las voces en las que cree parece ser acaso uno de sus empeños más fervorosos). 

El 15 de diciembre de 1963, escribe desde Francia. 

“No sé si sabés quién es Bruno Schulz. Una suerte de segundo Kafka, célebre ahora en París. Murió en un campo de concentración y dejó cuentos extrañísimos y originalísimos y fascinantes. Te propongo esto: traducir un cuento suyo y publicarlo en Sur. […]. Además, haré un artículo (o «haremos», si preferís), rico en detalles e interpretaciones. Puesto que el asunto vale la pena, pues es literatura de primera calidad y de paso Sur publicará por primera vez —en Argentina— a un escritor que, según va la cosa, será pronto tan conocido como K. […]. Bueno, ma chère, prometí unas líneas y el tiempo pasa y debo salir. 

Escribí poemas. Yo creo mucho en tus poemas. Y esto te lo digo con la única confianza que existe en mi reino de la desconfianza: la de creer saber dónde está el lugar de la poesía”.


(el texto completo, en la revista «Letras Libres»)

lunes, 8 de julio de 2024

Hay ráfagas de energía que todavía me habitan


La poeta, ensayista y linguista Ivonne Bordelois, que estudió con Noam Chomsky y fue amiga de Alejandra Pizarnik, sumó un nuevo honor: la nominación al premio Konex por su libro de memorias


Reniega de las presentaciones obligadas, las llamadas “de rigor”, las que alardean de títulos y premios, y caen en elogios desmedidos, pues esconden, en su opinión, una verdad irrefutable: que la escritura se alimenta más de fracasos que de éxitos y que se aprende mucho más de las tinieblas que de los aplausos que sustentan la seguridad de los escritores. “¿Cuál fue acaso se pregunta la trayectoria de Kafka o la de Simone Weil?”.

Curiosamente, a Ivonne Bordelois reconocimientos no le faltan: un doctorado con Chomsky, en el MIT; una beca Guggenheim; una cátedra en Holanda; algunos libros relevantes, como La palabra amenazada y Etimología de las pasiones; diálogo con voces de su tiempo y del porvenir: Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik; traducciones; invitaciones; congresos; honores a los que se suma ahora una nueva nominación Konex por Noticias de lo indecible, su libro de memorias: “… memorias para exorcizar, para celebrar, para saber, para entender. No para enunciar éxitos o fracasos dice, sino para ver (a través del dar a ver a otros) qué me ha querido y me quiere decir la vida”.

Aun así, al momento de presentarse este jueves de mayo, en su departamento de Buenos Airesesta excatedrática de la Universidad de Utrecht sortea su holgada lista de distinciones (el ridiculum vitae del que habla Juan Falú, al que le gusta citar) y con voz clara, lúcida, vital dice de ella que es una anciana; una anciana que posee por fortuna tres bendiciones: no haberse casado, no tener hijos y no depender ya de ninguna institución (no hay impostura en esto, sino un perfecto signo de coherencia). Estas tres condiciones y acaso algunas más le han permitido acatar y obedecer lo que Santiago Kovadloff llama el vivificante mandato de los privilegiados: hacer lo que sabe, hacer lo que le gusta, hacer lo que necesita, hacer lo que necesitan y esperan de ella sus lectores y los lectores por venir; hacer, en suma, de la palabra, “esa fuerza sagrada que a pesar de todo nos habita”, el hecho central de su vida.

“Uno es uno, pero está la vida escribe—. Uno hace elecciones en su vida, pero no hay que perder de vista que, en realidad, la vida elige más que uno.

Su personalidad, intensamente enérgica y arrolladora, ha provocado reacciones, emociones, apodos, hipocorísticos, todas formas de la inventiva y del talento que abstraen y hablan de ella más fuerte que cualquier conjetura o destacado currículum.

Mercedes, una amiga psicóloga, la describe como una Mafalda rubia. Buby, un ilustre médico, la llama cariñosamente “La dama de hierro”. Un amigo psicoanalista suele decirle: “Vos te exponés demasiado”. Sus sobrinos, que la conocen bien, nunca la han tratado de “tía Ivonne”, sino de “Ivoncita”. Una compañera de colegio, quien acaso atisbaba en ella algún componente andrógino, le decía, por su parte, “Ivoncito”. Para Enrique Pezzoni era “El ángel exterminador”, y Alejandra Pizarnik, quien percibía con humor la infantil paranoia que la animaba, la llamaba “Polvorita gozosa”. Durante sus andanzas cleptómanas en Cambridge, un poeta escribió sobre ella: “She came to Boston and nobody saw her”. Los estadounidenses la consideraban demasiado overbearing, y el mismo Noam Chomsky, al percibir la rapidez que la caracterizaba reaccionó en tono de advertencia: “Ten cuidado le dijo—, tu velocidad puede ser tu perdición”.


(la nota completa, en el suplemento "Conversaciones de domingo" del diario La Nación

jueves, 6 de junio de 2024

La palabra "paparazi"

                             Buenos Aires © María Soledad Pereira

Mientras saco esta foto, un nene de unos siete años me mira y dice: “Un paparazi”. No es tan cierto, al final, que el “in-fante” sea el niño que no habla o que no puede hablar.

Paparazzo, viene a cuento recordar, es el apellido del personaje que toma fotos de las celebridades que se pasean por Via Veneto, en la película "La dolce vita" (1960), de Fellini. “Paparazzi” es el plural de “paparazzo”, que se emplea con el significado de ‘fotógrafo que sin ningún consentimiento capta con su cámara a personas famosas’. En español se recomienda el empleo de la grafía “paparazi”, cuyo plural es “paparazis".

martes, 27 de febrero de 2024

La palabra "penumbra"


 

Aunque puede asociarse al intervalo que precede al alba, la penumbra no nos sugiere el amanecer, sino la caída del sol, la huida. 


Mientras termino el último trabajo práctico de Latín, me detengo en una pregunta que me interesa. En realidad, las preguntas son tres, pero el tema al que se refieren coincide: "¿Cuál es la etimología de la palabra penumbra, a qué momento del día esta palabra se aplica y por qué?". Las líneas que siguen, consistentes aunque no exhaustivas, proceden de ahí. 

Dice el Diccionario de la lengua española que penumbra es ‘una sombra débil entre la luz y la oscuridad, que no deja percibir dónde empieza la una o acaba la otra’. La componen las palabras latinas paene ‘casi’ y umbra ‘sombra’. La penumbra es entonces una especie de aproximada, de inminente oscuridad. Aunque puede asociarse al intervalo que precede al alba, la penumbra no nos sugiere el amanecer, sino la caída del sol, la huida. En ese declive o limbo tenebroso, la oscuridad crece y, al hacerlo, nos adentra, plenos, en la noche.

En Fervor de Buenos Aires, libro que Jorge Luis Borges publica en 1923, la palabra penumbra y las voces que la rodean o con las que se emparenta evocan el atardecer: lo describen, lo celebran.


Las calles de Buenos Aires

ya son mi entraña

No las ávidas calles,

incómodas de turba y ajetreo,

sino las calles desganadas del barrio,

casi invisibles de habituales

enternecidas de penumbra y de ocaso.

(poema “Las calles”, que abre el volumen)

 

Aparece nuevamente ese espacio de recogimiento simbólico u hora solemne de la vida en las primeras líneas del poema “Calle desconocida”.

 

Penumbra de la paloma

llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde¹

cuando la sombra no entorpece los pasos

y la venida de la noche se advierte

como una música esperada y antigua,

como un grato declive.

 

“¡Oh, noche! ¡Oh, refrescantes tinieblas! Sois para mí la señal de una fiesta interior y la liberación de una angustia. […]. Crepúsculo, qué dulce eres y qué tierno”, coincide Baudelaire en El spleen de París, según la traducción de Margarita Michelena. Y en sus Cantos órficos, Dino Campana, traducido por Victoria Montemayor, añade: “La luz del crepúsculo se atenúa: / Para los espíritus inquietos dulces son las tinieblas”.


Borges también alude a la penumbra, aunque en forma de metáfora, al hablar de su ceguera. Es 1959, y en el Poema de los dones, uno de sus poemas más recordados dice:


        Lento en mi sombra, la penumbra hueca

exploro con el báculo indeciso,

yo, que me figuraba el Paraíso

bajo la especie de una biblioteca.


Vuelve sobre el tema diez años después al escribir Elogio de la sombra. A diferencia de lo que sucede en el poema anterior, Borges insinúa haber alcanzado aquí el tiempo de la dicha y la sabiduría.

 

Esta penumbra es lenta y no duele;

fluye por un manso declive

y se parece a la eternidad.

Mis amigos no tienen cara,

las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,

las esquinas pueden ser otras

no hay letras en las páginas de los libros.

Todo esto debería atemorizarme,

pero es una dulzura, un regreso.

En su conferencia “La ceguera”, que integra el volumen Siete Noches (1980), continua: “… pero en el caso mío, ese lento crepúsculo empezó (esa lenta pérdida de la vista) cuando empecé a ver. Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio siglo”.

Volviendo a las preguntas iniciales, la penumbra (en sentido figurado o no) no es tanto el intervalo que preludia una supuesta claridad, sino el entreacto que antecede a la caída, al paulatino paso hacia la noche.

El Diccionario Vox Latín - Español parece ratificarlo en una de las acepciones del término umbra. ‘Oscuridad de la noche’, indica.

Algo curioso ocurre, sin embargo, en el siguiente verso del poema “Afterglow”, presente también en Fervor:

Siempre es conmovedor el ocaso

por indigente o charro que sea,

pero más conmovedor todavía

es aquel brillo desesperado y final

que herrumbra la llanura

cuando el sol último se ha hundido.

 

El vocablo herrumbra (forma de la tercera persona del singular del presente del indicativo activo del verbo herrumbrar, que no tiene nada que ver con la sombra) configura, en las dos últimas sílabas, “umbra”. Si bien no hay rastro de sombra en herrumbrar, no nos animaríamos a decir que Borges haya escogido el verbo al azar. Por lo demás, según él, penumbra es una de las diez palabras más bellas de la lengua castellana. Lo confirma Esteban Peicovich en su libro Poemas plagiados.


            EL PALABRISTA


            Sándalo

            Jacarandá

            Penumbra

            Cristal

            Sombra

            Anhelar

            Runa

            Arena

            Hexámetro

            Ámbar 


           (Las diez palabras más bellas de la lengua castellana según Borges)


¹ Respecto de la inexactitud de los primeros versos de “Calle desconocida”, Borges hace una aclaración en la edición de sus Obras completas. Dice: «Es inexacta la notica de los primeros versos. De Quincey anota que, según la nomenclatura judía, la penumbra del alba tiene el nombre de penumbra de la paloma; la del atardecer, del cuervo».

(texto publicado en la revista Hablar de Poesía)

lunes, 11 de diciembre de 2023

«Amarcord», 50 años

Texto publicado en el suplemento dominical del diario La Nación.

Desde el estreno de Amarcord, en diciembre de 1973, el mundo ha cambiado radicalmente. La manera de hacer cine y de consumirlo también. Algunos aún sienten el cimbronazo y tienen saudades. En una nota publicada en 2011, en el suplemento adnCultura de la Argentina, el crítico Néstor Tirri dice respecto de estos avatares algo más o menos así: “Hay una generación que todavía se pregunta adónde han ido a parar los principios estéticos que provocaron estremecimientos con películas como Casanova, Amarcord o La dolce vita, de Fellini, y El silencio y Tres almas desnudas, de Bergman, por evocar solo algunos títulos de dos filmografías irrepetibles”. En la misma sintonía, habla Martin Scorsese en un artículo que publica, una década más tarde, el periódico francés Le Monde Diplomatique: El cine, convertido en entretenimiento visual, ha perdido su magia”.

Sin ahondar en los cambios de fórmulas o en la evolución del lenguaje cinematográfico, nos adentramos en Amarcord, cuyo recuerdo permanece lozano y vivo.

*

Algunos resultados que arroja Google cuando se escribe la palabra Amarcord dicen cosas como “Crónica de la vida cotidiana en un pueblo del norte de Italia durante el fascismo”; “Grotesca estampa de una ciudad habitada por una caterva de pintorescos y cómicos personajes”; “Una sucesión de episodios que ocurren en un pequeño pueblo costero del norte de Italia a lo largo de un año entero, desde que llegan los vilanos en primavera hasta que se repite ese mismo fenómeno un año después”; “La película más personal de Federico Fellini, que satiriza su juventud y convierte la vida cotidiana en un circo.

Que sea la película más personal de Fellini es una afirmación discutible. Con todo, no hay que escarbar demasiado para darse cuenta del marcado contenido autobiográfico de la obra. Dicho por algunos estudiosos y admitido por el propio realizador, Fellini se siente aún perseguido por un cúmulo de recuerdos adolescentes (experiencias totalmente subjetivas y distorsionadas) y quiere liberarse. Procura soltar o acaso exorcizar las sombras que aún lo poseen para dar el adiós definitivo a Rímini o a cierta época de su vida en Rímini. No está seguro de si puede uno deshacerse de ese lastre prenatal, pero lo intenta. Y en el intento se rodea de nombres clave del cine italiano.

Busca a Tonino Guerra, y juntos escriben el guion. Guerra es poeta y es, además, de Santarcangelo, un pueblo montañoso cercano a la costa adriática, pintoresco y teatral (así lo recuerdo yo durante mi paso un inolvidable pomeriggio de primavera). “También él puede contar historias parecidas a las mías —dice Fellini—. Nos une el mismo dialecto y una infancia pasada en la misma campiña, la misma nieve, el mismo mar”.

A Guerra se suman, entre otros, Franco Cristaldi, quien respalda y permite dar inicio al proyecto; Giuseppe Rotunno, a cargo de la dirección fotográfica; y Nino Rota, quien compone para Amarcord una de las piezas más recordadas y queridas del cine mundial.

A estos nombres, se añade luego el elenco: las caras, los gestos, los cuerpos, a cuya selección Fellini dedica meses. Una tarea desmesurada, neurótica, en la que al cineasta casi siempre se le va la vida. Nunca es suficiente, nunca quiere que termine.

Los candidatos en los que pone el ojo para Amarcord son en su mayoría aficionados y actores de compañías de provincia: rostros sugerentes, expresivos, caricaturescos. Pensemos solo en el paisaje humano de la escuela, aquella pobre escuela ignorante, y, en concreto, en el profesor de Griego, quien fracasa una y otra vez al intentar que un alumno pronuncie correctamente la palabra emarpszamen.

No hay en el filme, sin embargo, un protagonista verdadero. “Si algún personaje es su centro —anota el crítico de cine Hollis Alpert—, lo es el adolescente Titta, presuntamente sugerido por el amigo de la adolescencia de Fellini”. Bruno Zanin, el único sobreviviente del elenco de Amarcord, encarna a aquel rubiecito que se pierde entre las tetas de una tabaquera de Rímini.

Otra figura relevante es la de Gradisca, mujer bomba con la que fantasean y por la que suspiran los hombres, adolescentes y adultos, de todo el pueblo. “Delante del café Commercio —se lee en Rímini, mi pueblo, de Fellini—, también pasaba la Gradisca. Vestida de un raso negro que despedía fulgores de acero, despertaba auténticas pasiones. Las caderazas parecían ruedas de locomotoras en movimiento”.

La única que sirve para este papel, en opinión de Federico, es Sandra Milo, pero, por entonces, Milo se ha retirado del cine y se niega a volver, a pesar de la obstinada insistencia del cineasta (dicen que hasta llegó a enviarle un centenar de rosas rojas que incluían, además, una carta triste y desesperada). El reemplazo ocurre, no obstante, rápida y satisfactoriamente. Magalí Noel, quien ha desempeñado ya un papel menor en La dolce vita (1960), se convierte en Gradisca y en el único nombre destacado en todo el reparto de Amarcord. La Rímini de Fellini, recreada enteramente en los terrenos de Cinecittà, está lista, y es tiempo de empezar a rodar. Así, sin más preámbulos, se empieza. 

 (la nota completa, en el suplemento dominical del diario La Nación)

viernes, 24 de noviembre de 2023

«Amarcord», un viaje al pasado con ironía y extravagancia


Amarcord cumple cincuenta años, y en La Nación, lo celebramos con esta nota.

«Fellini busca, en efecto, un término que exprese dos perspectivas o direcciones posibles; que indique una cosa y también la contraria: ternura e ironía, juicio y complicidad, rechazo y adhesión. Y lo encuentra en la recreación de un vocablo: amarcord un raro giro fonético, una paradoja verbal, la imitación de un desahogo, que acaba renovándose en la mayoría de los diccionarios de Italia»

lunes, 4 de julio de 2022

Por la gloria de Victoria Ocampo

                        
  
              
«Antes que fruto de una decisión consciente, el poder que emanaba de Victoria (como lo señala Horacio Armani) era una suerte de fatalidad incontrastable»

Mucho se ha escrito en torno de la figura de Victoria Ocampo (1890-1979). Sin embargo, como si algo quedara aún por desentrañarse o, acaso, por dilucidarse, la voz de Ivonne Bordelois se alza, hoy, contundente, para reivindicar a esta dama de las letras y darle el lugar de privilegio que, por muchas razones, merece. El resultado es Victoria. Paredón y después, un volumen publicado recientemente por las editoriales Edhasa y Libros del Zorzal.

El título de la obra es un acertado juego de palabras. Recuerda el tango de Homero Manzi, “Sur”, y el nombre de la revista de la que Ocampo fue fundadora, pero sobre todo remite al “paredón” en el que, al decir de Bordelois, se arrinconó a Victoria y en el que hubo (sigue habiendo), por prejuicios, por resentimientos, por falta de empatía o, tal vez, de comprensión, demasiados fusiladores. «Es hora de instalar “el después” y de mostrar cuál era la talla de Victoria», dice la autora de La palabra amenazada, en una entrevista reciente.

Para trazar, en su justa medida, la envergadura de Ocampo y componer una imagen de ella más honesta y generosa, Ivonne recurre al análisis de una cuantiosa bibliografía y se vale, además, de experiencias y recuerdos propios: sus colaboraciones en la revista Sur y su paso precoz, pero afortunado, por algunos de los eclécticos y fecundos encuentros sociales que tuvieron lugar en Villa Ocampo.

«Reducir a Victoria al rol de admirante perpetua —dice—, de consoladora inigualable, de amiga abnegada e incondicional (de traductora y mecenas) es ignorar la originalidad y los dones críticos de una mujer que sabía mucho más de literatura que de teorías literarias y superaba su formación autodidacta a golpes de audacia y de una energía intuitiva inagotable».

El volumen se divide en tres partes. En la primera, “Victoria, esa desconocida”, la autora moldea un fino retrato de Ocampo a partir de una diversidad de voces que, como un diálogo exquisito, coinciden, disienten y se complementan. En la tercera parte, “Victoria y Virginia: lo que pueden decirse una mula y una cabra”, Bordelois ahonda en el vínculo de Ocampo con Woolf e ilumina aspectos de la relación que algunos detractores han pretendido abordar parcial o sesgadamente. Sin embargo, es “La gran galería”, la segunda de las tres partes, el capítulo más elocuente o, acaso, el que mejor sirve para confirmar el genio crítico de Victoria y para rubricar las intenciones del texto. Aparecen, aquí, pintados por el ojo de Ocampo, algunos de sus célebres interlocutores —Mistral, Tagore, Valéry, Caillois, Ortega y Gasset, personajes que admiró, que la respaldaron, con quienes comulgó y también discrepó.

«… Ocampo escribe rodeada de silencio. Y a pesar de su propensión a las admiraciones generosas, no deja de clavar un estilete agudísimo en las grietas de los gloriosos».

Al referirse a Gabriela Mistral, dice: «Habla sin levantar la voz, sin hacer gestos, sin que nada se mueva en su cara, fuera de su boca melancólica. Yo la escucho como si fuera una niña que todo lo tiene que aprender. Así me siento ante ella y ante los que contándome su propia vida me revelan los secretos del universo».

De Anna de Noailles, desliza, entre otras cosas:

Esa noche me fui de la rue Scheffer totalmente desconcertada. Me había seducido el esprit, la locuacidad inagotable de Mme. de Noailles; pero no había encontrado a la autora de los Éblouissements y de Les Vivants et les morts, por lo menos tal como yo los había leído, y me preguntaba en qué momento del día o de la noche pudo haberse hecho en torno de esta mujer vertiginosa —y toda fuegos artificiales— suficiente silencio, suficiente penumbra para que pudiera volver a la verdad de su corazón y sacar de él alguno de esos versos magníficos, cuya belleza no se puede, sin mala fe, poner en discusión.

Y, así, con el ardor del flechazo, recupera el momento en que ve, por primera vez, a Julián Martínez, su amante durante trece años: «Miré esa mirada y esa mirada miraba mi boca, como si mi boca fuese mis ojos. Mi boca, presa en esa mirada, se puso a temblar».

Gracias a Victoria Ocampo a su intuición, osadía y ansias transformadoras—, Latinoamérica aprendió a conocer a autores como Camus, Sartre, Malraux y Virginia Woolf. «Victoria fue protagonista y pionera dice Bordelois. Apoyó a multitud de escritores extranjeros, pero también exportó talentos. Borges no sería conocido en el mundo si no fuera por Victoria y los amigos de Victoria, que llevaron su nombre a París».

Waldo Frank dijo de ella que había venido al mundo con tres maldiciones: la de la belleza, la de la inteligencia y la de la fortuna. Ezequiel Martínez Estrada señala que Ocampo atraviesa con una rama dorada la selva donde habitan las panteras y los leopardos. Albert Camus le confesó por carta que había más vida en ella que en todo el océano y que el problema sería justamente hacerla entrar en las páginas en blanco y clásicas de un libro.

Ivonne Bordelois nos devuelve, en Victoria. Paredón y después, una mirada de Ocampo incontrastable y luminosa, y nos ofrece renovados motivos para la celebración. Por la excepcionalidad y gloria de esta “tromba desconcertante”.

(texto publicado en el número de julio de la revista Letras Libres)